Más Allá de las Heridas. Parte 3
Más Allá de las Heridas.
Pasaron unas semanas, y Romina, ya más resignada a su vida solitaria, dejó de insistir a Samuel sobre el divorcio. Apenas se veían, vivían como dos extraños, ocupando espacios separados, tanto física como emocionalmente. Apenas cruzaban miradas y, en las pocas ocasiones en que coincidían, apenas intercambiaban dos o tres palabras. El silencio entre ellos parecía ser más fuerte que cualquier grito, una barrera invisible que los mantenía distantes, pero al mismo tiempo, conectados por la sombra de un pasado que ninguno de los dos podía olvidar del todo.
Sin embargo, la vida a veces guarda sorpresas y hay historias que merecen una segunda oportunidad, aunque no siempre lo parezca desde el principio.
Un día, mientras Romina paseaba por el jardín, buscando un momento de calma en medio de su tormento interno, escuchó nuevamente una conversación entre las mujeres que trabajaban en la casa. Las voces, aunque suaves, parecían llevar un peso inusitado, como si compartieran secretos que habían sido guardados por demasiado tiempo. Camino lentamente, como por instinto, sabiendo que, como en otra ocasión, lo que decían podría ser revelador.
—Otra vez el señor Samuel estuvo en la puerta de la habitación de la señora —comentó una joven—. Lo vi con su mano en un puño, como si fuera a tocar la puerta, pero... otra vez se arrepintió.
Romina se detuvo en seco, sus pies quedando enraizados en el suelo mientras su corazón comenzaba a latir con fuerza.
—Lleva semanas así —continuó otra joven—. Y lo más curioso es que últimamente trae flores consigo. ¿Por qué no se animará a tocar la puerta?
Otra mujer, soltó un suspiro de curiosidad y añadió:
—¿Qué habrá pasado entre ellos después de la boda para que haya tanta distancia? Parece que viven en mundos separados.
—Tal vez sea porque no se conocieron hasta el día de la boda —aventuró la joven que inicio la conversación—. Quizás aún se sienten como completos desconocidos.
La mujer mayor del grupo, que había estado escuchando en silencio, decidió intervenir.
—No es del todo así —dijo, con una voz calmada pero sabia—. El Sr. Edipo, quien ejerce como mayordomo de la casa, me contó que, un año antes de la boda, el señor Samuel vio a la señora Romina por primera vez y quedó cautivado por ella. Pero el Sr. Samuel siempre ha sido frío y distante, no supo cómo acercarse a ella de otra manera. Así que, aprovechándose de su poder, habló con los padres de la señora y arregló el matrimonio, ofreciéndoles una suma considerable de dinero. Así fue como la Sra. Romina terminó casada con él, sin saber nada de quién era.
Romina sintió una mezcla de sorpresa y desconcierto al escuchar esta revelación. ¿Samuel había sentido algo por ella desde antes del matrimonio? La idea le resultaba desconcertante. Nunca había mostrado interés, ni afecto; todo lo que había conocido de él era su frialdad, su violencia en aquella primera noche y la distancia que se había alzado como un muro impenetrable entre ambos desde entonces.
—Hubiera sido más fácil si él se hubiese acercado a ella de otra manera —murmuró otra mujer—. Quizás no estarían tan distantes ahora.
—El señor Samuel no ha tenido una vida fácil —añadió la mujer mayor—. Su infancia fue muy solitaria. Su madre solo se preocupaba por sus lujos y su padre, por los negocios. Cuando él tenía diez años, ambos murieron en un accidente. Era su único hijo y quedó completamente solo. No tenía amigos, no se relacionaba con nadie. Toda su educación fue en casa, con maestros que venían y se iban. La única figura constante en su vida ha sido el Sr. Edipo. Es un hombre que ha crecido sin saber cómo mostrar sus emociones, sin saber cómo acercarse a los demás.
Una de las mujeres presentes soltó un suspiro y dijo:
—Pobre señor Samuel... Ojalá la señora Romina logre entenderlo y pueda ayudarlo.
Romina, oculta tras los arbustos, sintió que sus pensamientos se arremolinaban dentro de su cabeza. Nunca había escuchado hablar sobre la infancia de Samuel, ni se había detenido a pensar en las razones detrás de su frialdad. Hasta ahora, todo lo que sentía por él era odio y resentimiento. ¿Cómo podría sentir algo diferente después de lo que le había hecho? Pero al escuchar esa historia, algo en su interior se removió. ¿Era posible que Samuel también fuera prisionero de su propio pasado?
—¿Pero realmente las cosas pueden cambiar de un día para otro? —preguntó otra joven, con tono escéptico—. Ya llevan más de un año casados. Si no ha habido cambios hasta ahora, dudo que los haya.
La mujer mayor, sin embargo, parecía menos convencida de esa idea.
—A veces los cambios más importantes ocurren lentamente, casi sin que nos demos cuenta —dijo—. Y cuando finalmente los notamos, es porque ya han echado raíces profundas. Y ahora, volvamos a nuestras labores.
Romina se quedó allí, en silencio, procesando cada palabra que había escuchado. No podía negar que, en las últimas semanas, había notado pequeños gestos de Samuel, gestos que, si bien no pedían perdón directamente, sugerían una lucha interna dentro de él. Las flores que traía consigo, su presencia silenciosa frente a su puerta..., eran señales que, hasta ese momento, ella había ignorado. Pero ahora, al conocer más sobre su pasado, comenzó a preguntarse si quizás había algo más, detrás de esa fachada de indiferencia que él mostraba. ¿Podría haber un hombre diferente, uno que intentaba, en su propia y torpe manera, enmendar lo que había hecho?
Sin embargo, Romina no estaba lista para perdonar. Aún había heridas que sanar. Pero al menos, por primera vez en mucho tiempo, sintió que tal vez había una puerta entreabierta, una posibilidad, aunque pequeña, de que las cosas pudieran cambiar.
Esa noche, aún estaba sorprendida con todo lo que había escuchado. Seria verdad lo que insinuaron las mujeres, ¿Samuel enamorado de ella? Parecía imposible. Además, ¿por qué le hizo algo tan horrible la noche de bodas? Aunque después de ese día, nunca más volvió a acercarse. Aun así, la idea de un Samuel con sentimientos más profundos, por desconcertante que fuera, comenzaba a hacerse un lugar en su mente.
Decidió tomar la iniciativa, recordando lo que las damas habían dicho sobre sus intentos de tocar la puerta, estuvo atenta, esperando el momento en que Samuel se presentara de nuevo. La mañana siguiente, cuando finalmente lo percibió frente a su puerta, se armó de valor y abrió. Samuel al verla, se sorprendió visiblemente. Su rostro mostró una mezcla de sorpresa y nerviosismo. Su mano seguía extendida como si estuviera a punto de tocar la puerta.
—¿Sí? —preguntó ella, tratando de mantener la calma.
—Aaah... yo —Samuel parecía luchar por encontrar las palabras.
Romina, con la mirada fija en él, esperaba una explicación.
—¿Hay algo que necesites? —preguntó ella, intentando entender sus intenciones.
—No —respondió Samuel, y su tono era tan vacío como la distancia que había entre ellos.
—Está bien —dijo Romina, y se dispuso a cerrar la puerta.
Al día siguiente, la escena se repitió. Estaba allí, con la mano levantada, como si aún no se hubiera decidido a tocar, cuando Romina abrió la puerta, Samuel cerró los ojos y respiró profundamente antes de hablar.
—Lo siento —dijo, con un tono que parecía más sincero y abatido que en ocasiones anteriores.
Romina, sorprendida por la disculpa, lo miró fijamente.
—¿Por qué? —susurró ella, su voz cargada de dolor.
Samuel frunció el ceño, confundido por la pregunta.
—¿Cómo? —preguntó, sin entender del todo.
—¿Por qué hiciste algo tan cruel? —dijo ella, casi entre lágrimas.
Samuel desvió la mirada y se pasó la mano por el cabello, como si intentara despejar sus pensamientos. Después de un suspiro largo y cansado, se volvió hacia ella.
—No tienes que perdonarme —dijo—. Solo... no te vayas de aquí.
Romina, aun deseando una explicación, vio una oportunidad para negociar.
—Si me explicas por qué lo hiciste, lo consideraré.
Samuel la miró con tristeza y preocupación. Abrió la boca como si quisiera decir algo, pero luego la cerró, su mente claramente en conflicto sobre cómo articular sus pensamientos. Finalmente, después de un momento de indecisión, dijo:
—Está bien. Pero no aquí. Acompáñame.
Le tendió la mano, pero Romina, por instinto, la mantuvo cerca de su cuerpo. Samuel notó su reacción y su rostro se tornó aún más triste.
—Por favor —dijo, con una súplica en la voz—. No te haré daño.
Romina, aún cautelosa, pero con un atisbo de curiosidad, extendió su mano lentamente. Samuel la tomó con suavidad y juntos comenzaron a caminar, ignorando las miradas inquisitivas de algunos sirvientes que observaban con curiosidad.
Romina sentía una mezcla de esperanza y desconfianza. Mientras avanzaban, sus pensamientos se agolpaban en su mente, preguntándose si finalmente podría entender las razones detrás de los actos de Samuel y si había una posibilidad real de reconciliación.
El camino hacia el jardín parecía interminable, cada paso aumentando su ansiedad y su esperanza de encontrar una respuesta. Samuel la guió hasta un rincón apartado del jardín, entre árboles altos que ofrecían una sombra reconfortante. El corazón de Romina comenzó a acelerarse; no podía evitar sentir una mezcla de anticipación y miedo. Finalmente, llegaron a un hermoso pabellón de concepto abierto, rodeado de flores y arbustos bien cuidados. Al entrar, quedó impresionada, era un espacio lleno de luz natural, decorado con elegancia y cuidado.
—Esto es hermoso —expresó, mirando a su alrededor con admiración.
Samuel, con una expresión nostálgica, asintió, mientras movía una silla para que ella se sentara.
—Mi padre lo construyó para mi madre. Cuando ella murió, quedó abandonado, sin uso. Cuando supe que me casaría contigo, pedí que se organizara nuevamente. Esperaba mostrarte este lugar cuando llegaras aquí.
—¿Por qué no lo hiciste? —preguntó Romina, intrigada por la historia detrás del pabellón.
—Bueno —dijo Samuel con una sonrisa triste—, creo que perdí todo derecho contigo por lo que te hice.
Romina lo miraba, confundida y asombrada. Samuel continuó, con la voz cargada de emociones reprimidas:
—No creía en el amor a primera vista, aun lo dudo. Pero no puedo negar que la primera vez que te vi, en la plaza de tu pueblo, sentí que no había visto nada tan hermoso.
Romina abrió los ojos, sorprendida. Samuel siguió hablando, su voz llena de un tono vulnerable que nunca antes había mostrado.
—Por esos días, no dejé de pensar en ti. Luego, volví a verte, estabas de compras con tus hermanas. Yo no quería dejar de mirarte, quería hablarte, pero no sabía qué decir. Me acerqué, pero ni me notaste.
—Lo siento —dijo, sin evitar sentir empatía por él.
—No te preocupes. Probablemente te hubiera asustado— respondió con una sonrisa melancólica—. No podía evitar que mis pensamientos siguieran guiándome hacia ti. Después de unos días, el Sr. Edipo, que actúa como mi mayordomo, me dijo que era tiempo de buscar una esposa. Cuando lo dijo, pensé en ti de inmediato. No entendí por qué, pero la idea me gustó. Le hablé a Edipo sobre ti, le di tu descripción y los lugares donde te vi y le pedí que consultara si era posible que fueras mi esposa. Él tomó mi palabra y unos días después, me trajo la información. Me dijo que vivías en Sinjo, el pueblo donde te había visto. Me habló un poco sobre ti y también me informó de la situación económica de tu familia.
Romina ladeó los ojos, asimilando la información.
—No fue mi decisión más acertada. Edipo me había dicho que lo mejor era que me acercara a ti. Pero no podía esperar. Así que concerté una reunión con tus padres y ellos accedieron a dejarte casar conmigo, a cambio de una buena suma de dinero. Yo creía que te estaba salvando y que estarías feliz por ello. Pero en la boda, me mirabas con desdén. No entendía, o más bien no quería entender, lo que te estaba causando. Luego, en nuestra noche de bodas —Samuel suspiró, ambos bajaron la mirada—, esa horrible noche... Yo quería estar contigo, darte la mejor noche de tu vida. Pero tú me mirabas con indiferencia y odio cada vez que trataba de acercarme. Perdí los estribos, te golpeé sin medir mi fuerza, te dejé inconsciente. Me frustré al ver que no te levantabas, te alcé y comencé a acariciar tu rostro esperando que despertaras. Pero no lo hiciste y yo perdí la razón y me aproveché de ti.
Romina no pudo evitar que las lágrimas comenzaran a rodar por sus mejillas mientras Samuel la miraba con un arrepentimiento profundo y genuino.
—Me arrepiento —dijo él, con la voz temblando—. De verdad lo siento. Te falté al respeto y no merezco tu perdón. Pero aun así quiero decirte..., perdóname. Si no quieres hacerlo, lo entiendo. Pero por favor, no te vayas.
Romina secó sus lágrimas, se levantó y lo miró fijamente.
—Tengo que pensarlo —dijo con voz firme, aunque su corazón estaba dividido.
El asintió, aceptando su decisión. Ella, con una sensación de alivio mezclada con incertidumbre, le dijo:
—Regresemos.
Samuel se levantó para escoltarla de regreso. Durante el camino de vuelta, el silencio entre ellos estaba cargado de una nueva tensión, una mezcla de esperanza, duda y la posibilidad de un cambio que aún estaba por definirse.
Los siguientes días, Romina reflexionó profundamente sobre la confesión de Samuel. A pesar de las heridas que él le había causado, no podía ignorar lo que había aprendido sobre su pasado y su soledad. La conversación de las mujeres, resonaban en su mente y comenzaba a comprender que el comportamiento distante de Samuel podría ser una consecuencia de una vida marcada por la frialdad y la falta de afecto. Sin embargo, no podía olvidar el dolor que él le había infligido. Aunque no era tan privilegiada como él, era una dama y merecía respeto. Estos pensamientos la llevaron a tomar una decisión que, aunque difícil, sentía que era necesaria.
Diez días, después de su conversación en el pabellón, mientras cenaban en la gran sala, Romina decidió compartir su decisión con Samuel. La atmósfera en la mesa estaba cargada de expectación, y Samuel levantó la mirada, preocupado por lo que ella podría decir.
—He tomado una decisión —comenzó Romina, su voz firme y clara.
Samuel dejó de cortar su comida y la miró con atención, su rostro reflejaba una mezcla de ansiedad y esperanza.
—Te daré otra oportunidad —continuó ella, y aunque sus palabras le trajeron una sonrisa a Samuel, Romina inmediatamente añadió—: pero con condiciones.
La sonrisa de Samuel se desvaneció, reemplazada por una expresión de seriedad. Él asintió con la cabeza, listo para escuchar lo que ella tenía que decir.
—Durante un año, seguiremos durmiendo en habitaciones separadas —dijo Romina, con la determinación marcada en su tono—. Esta nueva oportunidad debe ser construida de la manera correcta. Empezaremos desde el principio, como amigos. Hablaremos, saldremos juntos y compartiremos nuestras comidas. Este tiempo será una oportunidad para conocernos mejor. Quiero entender quién eres realmente, y tú también tendrás la oportunidad de conocerme a mí. Al finalizar el año, evaluaremos cómo seguir, pero la decisión sobre el futuro será mía.
Samuel escuchó en silencio, absorbiendo cada palabra. Su expresión era de comprensión y aceptación, aunque también había un destello de nerviosismo en sus ojos. Finalmente, él levantó su copa en señal de aceptación, un gesto que simbolizaba su disposición a seguir adelante con las condiciones propuestas.
—De acuerdo —dijo Samuel, su voz cargada de sinceridad—. Acepto tus condiciones. Agradezco la oportunidad que me estás dando, y me comprometo a demostrar que soy capaz de cambiar y de ser el compañero que mereces.
Romina asintió, sintiendo una mezcla de alivio e incertidumbre. La decisión estaba tomada, y mientras ambos compartían un brindis en la mesa, el futuro de su relación parecía estar en una encrucijada, con el potencial de una nueva fase en sus vidas. La cena continuó en un tono más relajado, con una ligera chispa de esperanza flotando en el aire, mientras Romina y Samuel comenzaban a construir un puente hacia un entendimiento mutuo.
Así fue pasando el tiempo, los días se convirtieron en semanas y las semanas en meses. Romina y Samuel aprovechaban los momentos libres para pasear por la casa, explorar los alrededores y, a veces, aventurarse en el pueblo. En sus caminatas, descubrían pequeños rincones encantadores y compartían momentos sencillos pero significativos. También encontraron tiempo para visitar a la familia de Romina, un gesto que fortaleció sus lazos y mostró un interés genuino en su mundo.
Al principio, sus paseos estaban cargados de silencio, pero con el tiempo, ese silencio se fue llenando de conversaciones cada vez más profundas, risas compartidas y miradas cómplices. Los regalos espontáneos y las caricias efímeras comenzaron a ser parte de su día a día y sus corazones empezaron a abrirse el uno al otro. Descubrieron que, a pesar de las diferencias en sus vidas, tenían mucho en común, y lo que uno no poseía, el otro lo complementaba. Pronto, se dieron cuenta de que estaban formando una conexión especial, una que iba más allá de lo físico y tocaba las fibras más profundas de sus almas.
El final del año llegó y con él, la oportunidad de cerrar un capítulo importante de sus vidas. Romina se sintió lista para hablar. En un ambiente íntimo y tranquilo, le reveló a Samuel que lo había perdonado y que, con el tiempo, había llegado a enamorarse de él. Samuel escuchó con el corazón acelerado, su mente llena de recuerdos de su viaje emocional desde la noche de bodas hasta ese momento. A pesar de la impaciencia y el temor que había sentido mientras esperaba esta respuesta, su amor por Romina había crecido y madurado.
Cuando Romina pronunció esas palabras, Samuel experimentó una oleada de emociones. A lo largo de ese año, había reflexionado profundamente sobre sus errores y había trabajado arduamente para demostrar su arrepentimiento genuino. Cada gesto, cada intento de acercamiento, cada pequeño detalle que había hecho, estaba impregnado de un deseo sincero de redimirse. En ese momento de revelación, se dio cuenta de cuánto había cambiado y cómo había luchado para ganarse el perdón de la mujer que amaba.
Samuel levantó a Romina en un abrazo fuerte y lleno de ternura. Ella correspondió a su abrazo y por primera vez en mucho tiempo, ambos sintieron que finalmente estaban en el lugar donde debían estar. La noche de bodas que habían soñado y anhelado se convirtió en una realidad, llena de amor genuino y profundo, marcó el inicio de un nuevo capítulo en sus vidas, lleno de promesas y esperanzas.
Esa noche, Samuel reflexionó sobre su viaje emocional. Se dio cuenta de que había aprendido a ser más que un simple hombre que buscaba redención; había llegado a comprender el verdadero significado del amor y el respeto. El arrepentimiento que había sentido no solo lo había llevado a pedir perdón, sino a cambiar de manera profunda y significativa. Sabía que el camino hacia la redención no había sido fácil, pero estaba dispuesto a seguir construyendo un futuro con Romina, lleno de respeto y amor genuino.
Y así, con la promesa de un futuro juntos y el entendimiento de que su amor era ahora sólido y verdadero, Samuel y Romina dieron el siguiente paso en su vida compartida, listos para enfrentar lo que viniera con el corazón abierto y el compromiso renovado.
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