Más Allá de las Heridas. Parte 1

 

Más Allá de las Heridas.

Parte 1

Era el peor día de su vida, era el día de su boda. Todo lo que había esperado y soñado se convirtió en su peor pesadilla. Con solo 18 años, Romina se vio forzada a casarse con un hombre que le llevaba 15 años, simplemente porque su posición económica era superior. La noche de bodas, lejos de ofrecerle una esperanza de felicidad, se convirtió en una tortura. Samuel, en un arrebato de frustración e ira, trató de obligarla a tener intimidad, y al resistirse ella, la golpeó, dejándola inconsciente, para luego abusar de ella.

Cuando Romina despertó, el dolor físico era nada comparado con el dolor emocional y la humillación de saber lo que había sucedido. Su odio hacia Samuel se profundizó y se convirtió en una constante sombra en su vida.

Desde ese momento, Romina vivió en constante vigilancia, temerosa de que el horror se repitiera. Aunque Samuel nunca volvió a tocarla ni insistió en el tema, la culpa y el remordimiento por su acto permanecieron con él, escondidos bajo una fachada de indiferencia. El secreto de esa noche se convirtió en un vínculo silencioso entre ellos, un recordatorio constante del abuso que había marcado el inicio de su matrimonio.

Pasaron varios meses en los que Romina y Samuel establecieron una rutina de distancia emocional y física. Vivían en habitaciones separadas y sus interacciones se limitaban a las comidas diarias en las que Romina aprovechaba cada oportunidad para solicitar el divorcio, Samuel siempre se negaba, sin ofrecer ninguna explicación. A pesar de su aparente indiferencia, Romina comenzó a notar pequeños gestos que indicaban un arrepentimiento sutil por parte de Samuel: un intento ocasional de hacerle un cumplido, una mirada triste cuando ella estaba ausente en las comidas. Estos momentos efímeros le recordaban a Romina que, aunque Samuel no hablaba abiertamente, su culpa y su dolor seguían presentes.

Un día, mientras Romina paseaba por la ciudad, conoció a un hombre más joven que su esposo, llamado Noel. Atraída por su frescura y vitalidad, comenzó a verlo con más frecuencia. Sus encuentros se limitaban a largas conversaciones en las que ella se desahogaba sobre el sufrimiento que vivía en casa con Samuel, mientras Noel compartía historias sobre su vida, revelando que no era rico y que luchaba para apoyar a su familia.

Con el tiempo, la conexión entre Romina y Noel se fortaleció. Él, al notar su dolor, le propuso que se fugaran juntos. Para Romina, esta oferta representaba una chispa de esperanza en medio de su vida desoladora. Comenzaron a planear su huida con una mezcla de ansiedad y anticipación, preparando cada detalle para escapar de la prisión emocional en la que se sentía atrapada. Sin embargo, a pesar de la emoción que sentía por su posible escape, Romina no podía evitar recordar esos momentos en los que Samuel parecía mostrar signos de arrepentimiento, aunque fueran mínimos. Estos recuerdos la hacían cuestionar si el cambio en Samuel podría ser real o si ella estaba a punto de cometer otro error al huir con Noel. La batalla interna entre el deseo de escapar y la duda sobre la verdadera intención de Samuel la atormentaba mientras avanzaba en los preparativos para su huida.


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